Hace mucho tiempo que el daño al que me sometía la vida diaria hizo que dejara de creer en la figura de un Dios por el que me sentía abandonado. Mucho tiempo que el amigo que esperaba encontrar en las alturas fue sustituido por mi creencia en el hombre. Sí, ese hombre que estudiaba durante la carrera, del que realmente me fijaba en sus cosas positivas, el hombre que hizo el fuego, que levantó la Gran Pirámide, que escribía en el s.V. a.C. en la Grecia clásica ideas que forman la base de nuestra moral y nuestra cultura. Esa democracia ateniense, esos hombres que pensaban cómo mejorar las formas de convivir en una ciudad durante el Imperio Romano, el de las alcantarillas, el de los acueductos, el hombre que fue silenciado por Dios durante la Edad Media pero que volvió para traernos la obra de Miguel Ángel, los inventos de Leonardo, las ideas de Voltaire,Montesquieu y Rousseau. Un hombre Dios, un hombre ideal e imaginario.
Durante ese tiempo miraba a mi madre, fervorosa creyente, y pensaba que vivía engañada, que ese amigo al que visitaba todos los viernes, con el que hablaba todos los días era sólo fruto de su imaginación, mientras ignoraba a los grandes hombres de la tierra, nuestras capacidades y nuestro trabajo.
De unos años para acá, he descubierto que mi madre y yo hacíamos lo mismo, creer en lo irreal, el hombre no es Leonardo da Vinci, tampoco el hombre es Einstein ni Inhotep, no es Pericles ni Sócrates, ellos también, eran adorados por mi como dioses.
Pero el Dios de mi madre es mucho más reconfortante, mucho más esperanzador, yo no puedo levantarme cada día y pedirle a Pericles que mi vida vaya mejor con el fruto de obtener una respuesta. Mi madre sí, su fe, le hace vivir, le hace sentir, le hace mejor persona. Puede que sea la edad, puede ser que yo perdí la fe primero en Dios y luego en el hombre, pero hoy, envidio a mi madre y a su "amigo", ese al que le pide cada día que la vida de los suyos sea mejor y al que le cuenta todos sus secretos, su confidente y su esperanza. Ojalá yo la recupere.
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