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La Sangre del Drago

Hubo un tiempo en el que empecé una historia de leyendas para publicarlas. El trabajo y el estrés me hicieron no poder terminar esta empresa, aunque quizás en un futuro pueda retomarlo.

Como no soy mucho de quedarme para mi lo que hago para los demás, os dejo lo que iba a ser el primer capítulo de esa obra, a ver si os gusta:



LA SANGRE DEL DRAGO.


Como cada día Pedro buscaba el refugio y el respiro en el jardín de la facultad. Un curso más, se dedicaba a especializarse en lo que la familia siempre había querido que fuera, el médico que su padre no pudo ser al vivir en otra época y contar con menos recursos. La anatomía humana se le atragantaba tanto como el bocadillo de chacinas que estaba comiendo en ese descanso. Su mirada un día más, se centraba en ese enorme árbol del jardín del que tanto hablaban en la cafetería de la facultad. Un drago decían, legendario, aunque él sabía que había sido puesto ahí hacía más o menos una centuria donde antaño existía otro similar. Pero sí, le llamaba la atención, le llenaba, y le hacía preguntarse así mismo numerosas cosas sobre la leyenda y la historia que no conocía al dedillo.

Al otro lado del patio, Adolfo, un joven pintor gaditano, volvía a dibujar en su libreta de anillas la estampa. Cada semana Adolfo hacía un dibujo similar pero distinto, como si ese drago respirara y le contara como quería verse hoy.

Pedro no aguantaba más la incertidumbre y se acercó a Adolfo.
-¿Puedo preguntarte por qué dibujas una y otra vez lo mismo? Este drago me atrapa y quiero saber si es por lo mismo – preguntó Pedro.

- No amigo, este árbol está vivo, guarda en sus entrañas un secreto a voces para Cádiz y nuestra historia, que se conoce en los rincones de esta facultad, pero que yo conozco mejor que nadie, pues él me cuenta su propia historia, hace que la dibuje. Espera que te enseñe mis dibujos, tú mismo podrás vivir esa historia.- replicó Adolfo.

Pedro tomó la libreta y empezó a mirar los dibujos, los primeros no le decían nada, le parecían repetitivos, pero a medida que iba pasando las páginas, sentía como si le hablaran como si contaran una historia que se apoderaba de su conciencia, podía notar sus lamentos, podía ver como su savia se convertía en sangre….

…. Ese día Ortro estaba más nervioso que de costumbre. El viejo perro de dos cabezas ladraba sin parar y sin motivo aparente. La Isla de Erythea se le hacía cada vez más pequeña. Era un monstruo hijo de Tifón y Equidna, los padres de todos los monstruos importantes, que junto a su hermano Cerbero había adquirido la fisonomía del amigo del hombre, y como tal, su genética, aunque distorsionada. Tanto era así, que este animal, que ahora pertenecía a Gerión aunque lo guardaba el pastor Euritión, echaba mucho de menos a su anterior amo, el gigante Atlas, condenado por Zeus a cargar con los pilares que separaban la tierra del cielo. El sexto sentido que de siempre caracterizó a los animales parecía advertirle de algo. Su olfato más desarrollado que lo de costumbre olía el peligro, su corazón latía más rápido de lo normal, quizás advirtiendo su sistema nervioso a su cerebro que algo tenía que pasar. Euritión, sin embargo, realizaba las tareas de siempre. Preparaba al ganado para salir a pastar, ese ganado que Gerión le encargaba cuidar y criar.
Gerión era un monstruo tricéfalo o de tres cuerpos. Era hijo de Criasor, que a su vez era hijo de Medusa, habiendo surgido de esta Gorgona cuando Perseo le cortó la cabeza. Ya Medusa vivía más allá del Océano, en el país de las Hespérides sonoras.
Euritión, hijo de Ares y la hespéride Eritia, había nacido a orillas del reino de Tartesos. Eritia, por su parte, daba nombre a la isla. El ganado de Gerión era espléndido. Estaba compuesto por vacas rojas que habían adquirido este color por las puestas de sol y bueyes que daban una leche que se había hecho famosa en todo el Mediterráneo….

            Heracles, hijo de Zeus nació después que su hermanastro Euristeo, lo que le dejaba sin derecho al trono pese a ser de la casa de Perseo. Euristeo  nació dos meses antes de lo normal provocado por Hera, quien también retrasó el nacimiento de Heracles tres meses.  Hera, su madrastra, odiaba a Heracles por ser hijo de Alcmena y le había provocado un ataque de locura que desencadenó en la muerte de su mujer, sus hijos y dos de sus sobrinos con sus propias manos. Éste, tras el hecho, se aisló del mundo siendo hallado al tiempo por su hermano Ificles, que lo convenció para que fuera al Oráculo de Delfos. La síbila délfica, como penitencia, le obligó a cumplir doce trabajos que serían ordenados por el hermano que le había quitado el trono.  Euristeo, rey de Tirinto, intentaba que en cada trabajo Heracles muriera, por lo que a cada trabajo le añadía dificultad. Después de superar nueve trabajos previos, el décimo que le encargaba Euristeo era el robar el ganado de Gerión.
            Heracles (la gloria de Hera), quizás el más humano de todos los dioses, poseía gran cantidad de vello por todo su cuerpo y sus mandíbulas producían un ruido tan estrepitoso al comer que atemorizaba a todos los que estaban a su alrededor. Amante de la carne cruda, llevaba siempre consigo un garrote, el arma más primitiva, y de siempre había sido visto como un hombre violento, capaz de descalabrar a su propio maestro de música, Lino. Vestía ya Hércules por entonces con la piel del león de Nemea, invulnerable a las flechas y al que se la había arrancado con sus propias manos en su primer trabajo.

            En su camino hacia Eriteia, Heracles vivió numerosas peripecias, matando a numerosas bestias salvajes que le aparecían por el camino. Euristeo, por su parte, iba teniendo noticias de los triunfos de Heracles ante “esas bestias” que en realidad eran las trampas mortales que éste le preparaba para que no pudiera completar con éxito su trabajo. Llegó a África (Libia entonces), y tuvo que cruzar el desierto para llegar al mar Mediterráneo y pasar al Atlántico. En esta travesía como hacía mucho calor, lanzó una flecha al Sol, que premió a Hércules por su valentía otorgándole una copa o barco para cruzar el Océano, ese mar que rodeaba al mundo. En esta copa el astro rey se embarcaba todas las noches para regresar a su palacio en el Oriente por donde volvía a aparecer al día siguiente.

            También tuvo que amenazar con sus flechas Heracles al Océano mientras lo cruzaba por sacudirlo con sus olas, y tras esta amenaza, pudo realizar una travesía sin sobresaltos…
            …Heracles miraba fijamente la tranquilidad del mar pero estaba muy preocupado. Él, que ya tanto había batallado, tenía miedo. Estaba en el Océano y recordaba todo lo que le habían contado, el fin del mundo conocido, el aspecto de Gerión con tres cuerpos y tres cabezas… no llegaba a entender por qué tenía que estar haciendo estos trabajos, pero recuperar su honor era bastante importante. Heracles, hijo de Zeus, estaba llorando recordando como el odio de Hera le había hecho perder la cabeza y atacar a su propia familia, y es que Heracles, a pesar de su condición de semidiós, también era humano. Para más inri, tenía que soportar que Hera estuviera en su nombre… se acercaba a su destino sabiendo que este trabajo era el más difícil de todos los que había hecho con anterioridad, temiendo a Gerión, a sus poderes, y recordando a Perseo que ya batalló con Medusa. Sólo su fuerza y su inteligencia podían llevar a cabo la gesta, y es que Heracles, cuyos triunfos se celebraban y contaban en la otra punta del mundo, estaba realmente sólo….

… Ante el nerviosismo de Ortro, Euritión empezó a preocuparse, ¿sería ese sexto sentido que todos los animales tienen?, el vuelo de las aves también le hacía pensar en un mal presagio. Miraba a sus bueyes, su vida, y pensaba si tal vez estaban en peligro. También pensaba en su adorado y temido Gerión, ¿qué pensaría si el no supiera cuidar bien de su ganado? Miró al horizonte, a ese desconocido mar, que a veces furioso rugía con el enfado de Poseidón. No había nada que destacar, demasiado relajado todo, como nunca antes lo había visto, había perdido la bravura, en ese momento el mar parecía un aliado y no el enemigo capaz de tragarse a nadie, el fin del mar, la caída, no parecía tan horrible como el resto de los días.

Ortro levantaba el morro y se ponía en posición de ataque. Mostraba los colmillos y los ojos se le ensangrentaban ladrando hacia el infinito. Euritión extrañado no podía percibir aún qué es lo que pasaba a su guardián, el tranquilo mar no le parecía suficiente motivo para haber despertado toda la furia animal de su fiel amigo. Al fin, en la barrera de su vista hacia el mar, pudo distinguir un pequeño punto que parecía emerger de la caída a la nada, ¿qué era eso? La piel de Euritión se erizaba por el miedo a lo desconocido…
           
      …  Heracles podía ver la isla de Erythea, frondosa y verde desde la lejanía. Tan pronto como tuvo esta primera visión empezó a escuchar estruendosos ruidos. En un principio no sabía si era la propia tierra la que rugía o era uno de las tantas fieras monstruosas de las que había oído hablar. Ya estaba decidido, iría a por los bueyes y se los llevaría o perecería en el intento. No le quedaba otra, había llegado hasta aquí y no pensaba dar vuelta atrás. Prefería morir como un héroe a que las risas de su hermanastro y su madrastra lo asumieran de nuevo en la locura o acabara sufriendo una larga vida con el estigma de ser “el dios de los cobardes”. Así que remó más rápido y más rápido y empezó a ver lo que le esperaba, la figura monstruosa de un canino que corría de un sitio para otro. Sabía que superar ese primer obstáculo iba a ser muy difícil.
            El desembarco fue rápido, Heracles intentó esconder su barcaza lejos de la vista fondeada con una inmensa piedra. Se lanzó al agua con su mazo, su arco y sus flechas, ataviado con la piel de león que le caracterizaba. Ortro lo estaba esperando, Euritión miraba desde lo lejos, temoroso ante lo que podía acontecer. Sólo con un pie en la arena, Ortro se lanzó directamente sobre Heracles a quien intentaba clavar alguno de sus muchos caninos en el cuello, pero Heracles esquivaba una y otra vez las mandíbulas del fiero animal y lo apartaba con su enorme fuerza en los brazos. Tras empujar fuertemente al animal, tuvo tiempo de agarrar su mazo y en la siguiente envestida de Ortro le propinó un golpe letal que hizo gemir de dolor al animal quedando malherido en el suelo. En ese momento Euritión no pudo más y fue a la lucha cuerpo a cuerpo con el barbudo hombre que estaba invadiendo su espacio.

Desde la lejanía del cercano Hades, observaba Menetes, el pastor del Hades, fiel a Gerión, que fue en su búsqueda para explicarle todo lo que estaba ocurriendo en su territorio.

Euritión, aunque forzudo, no tenía la voracidad de Ortro y apenas pudo oponer resistencia. De nuevo con su mazo, Heracles atacó al pastor, no sin que este pudiera escabullirse. El primer cuerpo a cuerpo terminaba con la huida unos pasos atrás de Euritión que antes de que llegara el extraño había escondido el rebaño de bueyes.  En el segundo encuentro, la maza de Hércules impactó directamente en la cabeza de su contricante escuchándose un desagradable crujido. Le había destrozado el cráneo, mientras Ortro agonizaba. Un segundo golpe letal a Ortro parecía poner fin a sus rivales. Ahora sólo le quedaba buscar el ganado, montarlo en la barcaza y volver a su tierra…
… Gerión alarmado por el discurso de Menetes salió corriendo hacia su isla a intentar solventar la solución. Nadie iba a robar el ganado, su ganado, mientras el estuviera vivo. Vio en la distancia como Heracles propinaba el golpe mortal a Euritión. Gerión sí conocía a Heracles, sabía de su existencia, de la infidelidad de Zeus y de los trabajos que estaba acometiendo, pero no tenía idea que él y su ganado entraban en uno de esos famosos trabajos. Gerión acudió rápidamente a la orilla del río que separaba Erythea de la isla mayor para dar con el griego que ya estaba montando en la copa el ganado que había conseguido localizar. El encuentro era inevitable y la lucha como las otras dos, se antojaba mortal.
Heracles, que pensaba que había escapado, escuchó el grito de furia de la bestia Gerión. Sabía perfectamente que una lucha cuerpo a cuerpo con el de la estirpe de Medussa era inviable. Pero tenía una solución. En su segundo trabajo luchando contra la hidra de Lerna (un monstruo marino con multitud de cabezas de las que emanaban otras cuando les eran cortadas), tras derrotarla, había guardado parte de su letal veneno.  Primero lanzó una piedra a Gerión que hizo que cayera un casco protector que llevaba y mientras se encontraba aturdido untó las puntas de sus flechas en el veneno de la hidra. Lanzó hábilmente las flechas que impactaron y se clavaron en el deformado cuerpo del monstruo tricéfalo, impactando una de ellas en la cabeza descubierta. Su sangre roja cayó al suelo mientras agonizaba.
Tras esto Heracles volvió a la copa y prosiguió su viaje, ahora hacia Tartessos, no sin antes dejar constancia de su hazaña levantando las columnas que llevarían su nombre a un lado y al otro del estrecho de Gibraltar.

A los meses, el cuerpo putrefacto de Gerión fue cubierto por la arena y los sedimentos que se fueron acumulando. Al cabo de los años, una planta creció en ese mismo lugar, y como si tuviera todavía el alma de aquella bestia, la planta emanaba una resina roja, muy parecida a la sangre que había sido derramada. Esa planta era un drago, y desde siempre se identificó con el lugar donde murió Gerión, siendo mencionado multitud de veces por los historiadores de la antigüedad….

            …. Pedro cerró la libreta de Adolfo, ahora conocía toda la historia, y mirando a Adolfo, los dos prometieron defender el drago de su patio de la facultad mientras pudieran y dejar escrita la historia que ese milenario árbol parecía querer contar cada vez que su resina aparecía…

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